Habitamos un cuerpo y
esto a veces se nos olvida. Somos un cuerpo que limpiamos, movemos,
alimentamos, ejercitamos y vestimos. Aunque no es tan visible cómo la lectura
sucede dentro de nosotros: procesamos, probamos, devoramos y digerimos palabras
como si tuviéramos un órgano literario. El cerebro se activa casi al 80% cuando
leemos –a diferencia del 15% de esfuerzo que requieren los audiovisuales- ,
además entrenamos nuestra memoria y concentración, e incluso sirve para
disminuir el estrés. Esas y otras propiedades se le atribuyen al leer, pero los
científicos no están seguros de nada. Son un montón de quizás y tal vez, a mi
parecer no son ganancias relevantes. Hoy hablaremos de la carne.
Humanidades
El cuerpo que lee no
tiene que ver solamente con las reacciones fisiológicas sino con razones de
humanidad. Turquía leía como manifestación en su plaza Taksim, en las
dictaduras se censuran libros siempre,
en la inquisición se quemaban a veces junto con sus dueños. ¿Qué tienen
esos bloques de papel prensado que tanto asustan a algunos poderosos? No
debemos olvidar esa metáfora que plantea Ray
Bradbury en Fahrenheit 451 los hombres-libros, que grababan en sus mentes
un solo libro para salvar la poca humanidad que quedaba en esa sociedad
distópica. Solo uno, para recordar lo humano que habían sido. Si los libros
intimidan al poder, es porque siempre pueden ser un arma de instrucción masiva.
Pensar, un malvado acto que debemos evitar para no destruir está sociedad.
¿Dime
quién? ¿Dime qué?
El encuentro de un
libro y un cuerpo tiene muchas imposiciones. Uno mira a alguien leer y sin
saber quién es, suponemos lo que lee. Lo atamos a unas lecturas, si es viejo
probablemente pensamos que lee algo latinoamericano o histórico y nos
sorprendamos al encontrar un ejemplar de En llamas de los Juegos del Hambre en sus manos. Las
ataduras del cuerpo en la literatura que nos encargamos de apretar con nuestras
propias ideas de los demás. Así también nos sorprende un libro en las manos de
alguien, cuando leemos el título Máquina para follar de Charles Bukowski en la portada y asombrados
de ver a una jovencita bordeando la mayoría de edad que parece recién salida
del colegio, miramos a nuestro alrededor por si alguien más aprueba nuestro
oprobio. En esos dos gestos de lectura corporal se activan nuestros prejuicios
de lo físicos. Nos han enseñado a definir qué cuerpos son los que deben
enfrentarse a qué libros. Y nos lo creemos todo. Las niñas leen novelas rosa y
los hombres novelas negras. Como si fuera así de simple.
Binarismos
La lectura como
cualquier otra práctica humana, está cargada con ideas de cultura y sociedad,
siendo todo un clásico el binarismo masculino v/s femenino. Lo bueno y lo malo.
Adentro y afuera. Frágil y Fuerte. Violento y Pacifico. Práctico y Detallista.
En los resquicios más ocultos habitan estás ideas que por lo mismo son a veces
un pecado de clasificación eterna. Nos han querido incrustar esas mismas ideas
al leer. Como somos cuerpos-hombres nos debe gustar lo histórico, policial, la ciencia
ficción y de terror, dejando afuera un sinnúmero evidente de literatura de
calidad y vibrante, que por el solo hecho de no estar escrita para nosotros queda descartada e incluso a veces
menospreciada. Pero los cuerpos-mujeres lo tienen más difícil ya que no solo
leer es complejo sino también escribir y ser validadas como autoras sin ser
siempre categorizadas como literatura femenina, feminista o para mujeres.
Olvidando que la experiencia literaria y lingüística es de carnes y
pensamientos, pero no exclusivamente de cierta
carne. Si nos proponemos hacer una lista de los 10 autores que se nos
vengan primero a la mente – sin siquiera considerar su lectura solo su nombre –
sería una tarea fácil. Pero si esa lista es de autoras, ¿Cuántas puede
enumerar? Y no es que las mujeres no escriban libros sino que son alejadas como
si vivieran en otro planeta y sus logros fueran - como ironiza Virginia Woolf en su libro Un
cuarto propio – como un perro que
anda sobre sus patas traseras. No lo hace bien, pero ya sorprende que pueda
hacerlo en absoluto.
Carne
temporal
Vivimos desde el cuerpo y comprendemos
sentados en nuestro pasado. Leemos con lo que portamos en nosotros al momento
de enfrentarnos a un texto. Las experiencias las vivimos en el cuerpo y la
mayoría – aunque no visibles - quedan grabadas en él. Carmen Berenguer refleja esto en su libro Naciste Pintada: El agua estaba terriblemente helada, sin
embargo me revivió, la sentí correr por mi cuerpo y me sentí mucho mejor
sacándome ese olor a calabozo sucio, entre olor a mierda, a sangre y a vómito,
un olor que se impregna y parece que nunca te lo vas a poder sacar. Luego, las
mismas mujeres me agarraron para pintarme, yo no quería que me pintarán y me
pintaron para borrarme las huellas del castigo. En ese testimonio de un
Chile pasado, pero que ahora en el recuerdo de la que nació pintada se hace
vivencia propia, almacenada entre los músculos y tendones. Esa vida que hemos
resistimos, no pasa en vano y la llevamos a cuestas hasta este presente. A
veces, nos miramos y nos es difícil reconocer ese cuerpo de hace 10 años.
Existe el mito de El principito de Antoine
de Saint-Exupery que nos cuenta diferentes cosas si somos niños, jóvenes o
adultos. Ahí no hay secreto, ese cuerpo de adulto lleva depositado en la piel
vivencias que el niño no tenía. Leemos desde el cuerpo, pero también desde
nuestro pasado.
Víveres
Finalmente en este
ejercicio de recordarnos cuerpos, nos queda una de las dimensiones con la que
comenzamos esté texto, las metáforas de la lectura como alimento. Uno es lo que
come. Podríamos decir además que uno es lo que lee. Devoramos el libro y la
comida que pasan a ser el cuerpo que habitamos. Se me viene a la mente La
carne de Rene de Virgilio Piñera,
libro que narra la iniciación de un joven en los ritos canibalistas de su
familia. Seguimos en la carne humana.
Sebastián Santander Lazo