Abrir el cuerpo. Lugar de lugares


Fotografía, Diane Arbus

“Él es el lugar absoluto, el pequeño fragmento de espacio con el cual, en sentido estricto, hago cuerpo.
Mi cuerpo, topía despiadada.”
Michel Foucault. Cuerpo, lugar utópico.

El cuerpo es lo inmediato real del “hombre”, su espacio “propio”, un referente absoluto, el lugar cero. Es desde el cuerpo desde donde nos posicionamos hacia el mundo, es un espacio direccionador y un referente. Cada vez que nos vemos lanzados al mundo, somos siempre “nosotros” en este cuerpo los que estamos lanzados, arrojados sin más, desde este aquí-en el mundo. Es, sin embargo, por esta cualidad de referente, de espacio direccionador, de punto-fuente, que se ha requerido, por una especie de necesidad del pensamiento (una fuerza del pensamiento) que el cuerpo mismo quede deshabitado, que sea fuente-pero-vacio. Que sea el topos regente y que ese  topos sea sólo vacuidad. Esta manera de presentar el cuerpo, no solo funciona como una definición sino también como un límite, desde esta diferenciación de inicio, se pensaran la humanidad en su conjunto, y todo lo que pertenezca a ella desde el primado de un política del cuerpo.
En la tradición del pensamiento occidental (filosófica, política, estética, económica, etc.) el cuerpo no se concibe más que como la prisión del alma, el cuerpo es esta capsula secundaria que contiene “lo real” del hombre. Esta esencia llamada “alma”  se apropia, se adueña de lo corpóreo desplazándolo, en un movimiento interno, a la secundariedad, a cumplir labores de sustento no trascendente. En este sentido el hombre es su propio títere y titiritero. El cuerpo tiene un principio de acción que yace en otro principio.  


Fotografía, Robert Mapplethorpe

Desde el origen del pensamiento racional, con el surgimiento del logos, se concibió al cuerpo como algo exterior al (del) hombre. El viejo platón adscribía ya al dualismo temprano, que llegado a la modernidad encuentra su cenit en la figura del autómata cartesiano y el consabido cogito ergo sum, que requiere del egotismo absoluto, el ego, el yo potenciado al extremo. Entonces el hombre se encuentra encentado, atravesado por esta división externo-interno, donde lo interior esta vuelto siempre a una idea de perfección que evoca siempre a la divinidad. Esta alma, conciencia, yo, o como quiera llamársele se ha pensado siempre como un propietario del cuerpo, un principio moviente pero de orden distinto, es así, que el hombre se encuentra separado de si mismo desde el principio. 
El triunfo de la individualidad y la separación del cosmos. El surgimiento de la isla-hombre, que se encuentra enajenado de sí mismo, pero que a lo menos es propietario de sus propias viseras. Así el cuerpo sin esta anima, este fantasma no puede existir. O es mero continente, metería sin razón, cuerpo inanimado, o es monstruosidad. Pero “¿Qué es exactamente un monstruo? “Producción contra el orden regular de la naturaleza. Ser fantástico que causa espanto. Nos indica del monstruo el diccionario. La monstruosidad, para un cuerpo dado, es la evidencia de una diferencia con el añadido de una deficiencia…” (Ardene. P. pág. 28) esta monstruosidad del hombre siempre será un artilugio, pues ¿quiénes determinaran lo que es lo regular, o lo que es por naturaleza?
El cine aporta aquí elementos visuales que permiten dialogar más fácil con ambas posiciones, y articular una lectura crítica de las consecuencias de ambas trayectorias del pensamiento occidental. Tenemos dos films que nos hacen dialogar con la monstruosidad, Frankenstein y el hombre elefante. Por un lado Frankenstein es la creación del genio, una representación de lo humano sin alma, el terror de Frankenstein es lo imposible hecho posible. Y en toda su trama hay una advertencia hacia la herejía de lo que implica el poder creativo y sus excesos. 


Boris Karloff, Frankestein 1935 

En cambio el hombre elefante es una monstruosidad natural, sus disposiciones genéticas producen repulsión y el terror que radica en él es ver la probabilidad de la ocurrencia en uno mismo, pero a diferencia del monstruo fabricado, Merrick, el hombre elefante, posee lenguaje, es capaz de mostrar su interioridad. Queda refrendado esto en su grito “no soy un monstruo, soy un ser humano”. La salida de su prisión del alma platónica. Antes de eso era solo un sujeto de abusos, después de eso un sujeto con derechos.

El Hombre Elefante, David Lynch 1980
No hay que olvidar que lo que se piense del cuerpo, y lo que se constituya como humano se desprenden no solo cuestiones estéticas, sino políticas, económicas, medicas, sanitarias. “ha habido en el curso de la edad clásica, todo un descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco del poder” (Foucault. M. pág.140)
El cuerpo es el lugar donde se abren dichas batallas, ahí es donde se juega la ampliación o la reducción de los derechos, el cuerpo, como dice Foucault, “entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone. Una “anatomía política”, que es igualmente una “mecánica del poder”…” (Ibid. Pág. 141)

Carlos Leppe, secuencia fotográfica de El Perchero
Pero ¿por qué se abre el cuerpo?, pues porque los discursos no pueden contener la multiplicidad de lo real, y desde todos los tópicos se refieren a este “parergon” del hombre. Así la ciencia ficción, la medicina, la política, el cine, las artes escénicas, plásticas, los grupos de innovación escénica, han desafiado de una u otra manera el sentido de la individualidad corpórea encentada, es decir, del viejo dualismo. Han renovado siempre con agudeza la necesidad de re-fundar una nueva imagen del hombre. Pero los discursos no se dejan reducir tan fácilmente, y es por esto, que es necesario abrir el cuerpo. Dejar que se muestre. Que devenga en su brutalidad misma como ser-acto-inmediato, sin esa existencia retrasada llamada “alma”, sin la doble pertenencia que obliga ser amo y esclavo de uno mismo. Hay que recuperar el cuerpo y desafiar el paradigma de “lo humano”.

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Bibliografía.
Foucault M. vigilar y castigar, siglo XXI editores, Buenos Aires. 2001
Foucault M. Cuerpo, Lugar Utópico. http://riff-raff.unizar.es/files/foucault_6.pdf
Ardene P. el arte bajo el prisma de lo poshumano.
Michel Feher. Fragmentos para una historia del cuerpo humano, taurus. Madrid, España. 1990

Paska R. Lo inanimado encarnado



Orlando López

 

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